La temporada 1997, a pesar de significar una continuación a las anteriores, merece ser tratada aparte, pues representó la culminación para cualquier equipo en competición. La escudería Repsol-Honda arrasó en el Campeonato del Mundo de 500 c.c. hasta el punto de no dejar ganar ni un gran premio a otros colores. 15 carreras, 15 victorias. Entre Mick Doohan, Alex Crivillé y Tadayuki Okada, los tres a lomos de las poderosas NSR V-4, monopolizaron los honores de la categoría reina.
En el camino hacia su cuarta corona consecutiva, Doohan logró 12 victorias, diez de ellas sin interrupción. Mantuvo la intachable trayectoria iniciada en 1994 para perpetuar su nombre entre las más grandes leyendas del motociclismo mundial. Con cuatro títulos y 46 triunfos en grandes premios, sólo el admirado Giacomo Agostini puede lucir un currículo mejor en la categoría reina. En el futuro a Doohan se le recordará vestido de Repsol. Y cuando el indiscutido rey tuvo que ceder, muy a su pesar, lo hizo frente a sus compañeros de equipo: Crivillé triunfó dos veces, una de ellas gloriosa, en Jerez, ante su público, y Okada se estrenó en 500 c.c. al vencer en Indonesia. Los colores de Repsol se convirtieron ese año en los más vistos y mejor conocidos del gran espectáculo de las dos ruedas.
Llegó a suceder lo nunca visto: tres hombres del mismo team copando el cajón, como ocurrió en Suzuka (Japón) el 20 de abril de 1997. Y aún más, el cuarto hombre de la escudería, el joven japonés Takuma Aoki, con una moto bidlíndrica, se clasificó cuarto. Por tanto, 1, 2, 3 y 4. ¿Quién da más? Pues bien, hubo más, puesto que la escena se repitió al cabo de quince días en Jerez, esta vez con Crivillé acaudillando a los suyos. Hubo quien llegó a hablar de que aquello parecía la Copa Repsol-Honda o incluso un anuncio de la compañía española, tal era la fila de motos iguales que abría frecuentemente el camino sobre el asfalto. Tamaño dominio se reflejó lógicamente en las clasificaciones finales del Mundial: sólo Nobuatsu Aoki, hermano mayor de Takuma, pilotando una Honda privada, pudo romper la hegemonía. Doohan se proclamó campeón, Okada terminó segundo, Crivillé cuarto y Takuma quinto.
Sin embargo, la esperada lucha fratricida entre el piloto australiano y su heredero español nunca llegó a convertirse en realidad. Doohan dominó con claridad, excepto en la primera parte del campeonato, y se quedó definitivamente solo cuando Crivillé se dañó severamente la mano izquierda en los entrenamientos de Assen (Holanda). El piloto de Seva se perdió cinco carreras y su colega de Brisbane se coronó, después de repetidas exhibiciones de superioridad, en Donington Park (Inglaterra), cuando aún quedaban cuatro grandes premios para el final de la temporada.
A Doohan sólo le faltó una guinda. Ganar en su casa, en el regreso del Mundial al emblemático circuito de Phillip Island, era lo que más deseaba, pero no lo consiguió. Su ambición desmedida le llevó a besar el suelo cuando dominaba con comodidad esa última prueba en Australia. Fue su primera caída en carrera en todo el año y le privó de inscribir su nombre, por primera vez, en Phillip Island. Ese error mayúsculo puso el triunfo en la cita final en manos de Crivillé, que acabó el curso mostrando plena recuperación.
Precisamente esa victoria palió en alguna medida los sinsabores del piloto catalán a lo largo del 97. Ganando en Australia se vengó de Doohan, que le había derrotado en casa, en Montmeló, delante de su gente. El Gran Premio de Catalunya fue el más espectacular del campeonato, con Crivillé y Carlos Checa hostigando al número uno hasta la línea de meta y flanqueándole sobre el podio.
Checa fue uno de los destacados de la temporada, confirmando lo apuntado el año anterior. No llegó a ganar ninguna carrera y subió tres veces al cajón, y sólo su precipitación en algunos momentos le impidió confirmarse como alternativa clara a Doohan y Crivillé. El futuro, no obstante, es suyo. Por contra, el compañero de Checa en la escuadra de Sito Pons, copatrocinada por Repsol, vivió una temporada para olvidar. Alberto Puig fue una sombra de sí mismo, seguramente arrastrando todavía las secuelas del drama que vivió entre 1995 y 1996. A pesar de que pareció que se había restablecido de sus graves lesiones, sus resultados indicaron lo contrario.
Tampoco resultó favorable la temporada para Luis D’Antín y José Luis Cardoso en 250 c.c. Apostaron por Yamaha pero la falta de medios y de competitividad les impidió brillar. De las cilindradas menores, lo mejor fue aportado por el veterano Jorge Martínez Aspar en 125 c.c., que peleó por ganar carreras en su última temporada. Se despidió de la competición al término del Mundial, cuando aún estaba a un nivel digno, cerrando 18 años de una historia fundamental para el motociclismo español.